A todas y a todos nos han pasado cosas de pequeños y de jóvenes. Hemos vivido circunstancias duras, hemos tenido un padre o una madre que no ha estado a la altura, algún embarazo no deseado, un accidente, hemos vivido la muerte de una persona querida…
Hace unos días leía una publicación de en Borja Vilaseca que hablaba de todo esto y tenía el siguiente destacado: «Aceptar implica comprender el propósito pedagógico de cada situación». En ella, comentaba que hay personas que viven detrás una coraza que se han creado ellas mismas para protegerse de un recuerdo negativo que han experimentado en el pasado. Precisamente, esta es su herida: muestran una apariencia fuerte y hostil, pero no es más que una fachada, puesto que es el mecanismo de defensa que han desarrollado desde su infancia para que nadie les vuelva a hacer daño.
Ante estos recuerdos o situaciones pasadas es muy fácil instalarse en el victimismo y hacer que aquello que viviste sea el culpable de todo lo que te pasa ahora y justificarlo todo en aquello.
Pero, tú eres responsable de escoger si quieres enfocarte en el victimismo o en el crecimiento en todos sus sentidos.
Recuerda: el pasado, ya está pasado. Pero nos pueden quedar cicatrices, que no siempre tienen que ser físicas. Son las que yo denomino las heridas del alma.
Es necesario que entendamos que estas heridas vivirán toda la vida con nosotros y que, un día cualquiera, a través de una experiencia sensorial (un olor, una imagen, un sonido…) pueden volver a hacerse presentes. Lo que tenemos que hacer es aceptarlas, acogerlas, y escoger no victimizarnos, para cambiar la relación con los hechos pasados.
Si quieres que tu pasado no encalle tu presente, yo te puedo ayudar. Soy una apasionada en trabajar el pasado a través de las heridas del alma.
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